lunes, 17 de junio de 2019

La Última Lágrima del emperador...

EJECUCIÓN DE MAXIMILIANO, MIRAMÓN Y MEJÍA
Por: Dhyana Angélica Rodríguez Vargas
 
El 19 de junio de 1867 amaneció un cielo azul y despejado. Maximiliano había dicho en un día así quería morir… ¡y se le cumplió!, además de ser ejecutado en la cima de una colina (el Cerro de las Campanas), tal como había imaginado en uno de sus poemas de juventud:
“QUIERO MORIR EN LA ALTURA”

“Me dicen que la hora es triste,
sin embargo, no quiero un llanto
El mundo de color se viste
y me despido con un canto

dando gracias por la hermosura
aue abarca mi visión
auiero morir en la altura
due calma mi corazón

Quiero entregar mi vida
en tu más bello altar
En la hora de partida
en una cumbre quiero estar

Hay una brisa refrescante
como un beso de la aurora
Después de mi vida errante
tendré la paz en esta hora

Ya no me asusta la muerte
veo que es libertad
Ya no lamento mi suerte
pero arriba quiero estar (…)”[1]

Había una barda de adobe improvisada en el lugar donde sería la ejecución y pequeñas cruces marcando el sitio de los sentenciados; además de tres pelotones de fusilamiento, de los cuales, los mejores tiradores habían sido destinados al centro, donde se supone, estaría Maximiliano de Habsburgo. No obstante, éste le cedió su lugar a Miramón, como último homenaje a su valentía.


Se despidieron entonces los tres sentenciados entre sí: Maximiliano, Miramón y Mejía, y el archiduque dijo a sus compañeros que se volverían a ver en unos momentos. El general Miguel Miramón sacó un papelito escrito a lápiz y leyó con voz firme: 

"Mexicanos: en el Consejo, mis defensores quisieron salvar mi vida; aquí pronto a perderla, y cuando voy a comparecer delante de Dios, protesto contra la mancha de traidor que se ha querido arrojarme para cubrir mi sacrificio. Muero inocente de ese crimen, y perdono a sus autores, esperando que Dios me perdone, y que mis compatriotas aparten tan fea mancha de mis hijos, haciéndome justicia. ¡Viva México!"[2]

Maximiliano, por su parte, después de haber dado a los miembros del pelotón un "Maximiliano de oro" (monedas de la época con su efigie), para que tiraran bien, exclamó: "Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!"[3]

Mejía no dirigió ningún mensaje a los espectadores, pero dijo para sí mismo: “¡Vírgen santísima!”[4]

Hilarión Frías y el Barón de Magnus, que miraban la ejecución, recordarían después en sus escritos que Maximiliano miró al cielo de izquierda a derecha (como queriendo llevarse esa imagen del panorama al más allá), y se desabrochó la levita, esperando los disparos. Miramón indicó el lugar del corazón con su mano, y Mejía apartó de su pecho el crucifijo que tenía para que las balas no cayesen sobre él. 
Los pelotones dispararon al mismo tiempo y los tres hombres cayeron, aunque sólo Miramón murió instantáneamente, con balas muy certeras en el corazón.
El Doctor Calvillo, que había sido llamado para dar constancia de los fallecimientos, revisó a Mejía con el estetoscopio y descubrió que todavía le latía el corazón, así que tuvieron que darle un tiro de gracia, ante el cual Mejía se quejó levemente llevando su mano al corazón. Después de otro disparo más, murió.
 
Maximiliano, por su parte, todavía se movía y trataba de decir algo, que algunos interpretaron como las palabras: "Hombre, hombre"[5]. Le dieron un tiro más, pero además de no caer en el corazón, le encendió la levita. Tüdos, que estaba cerca, le echó agua para apagarla. El ex emperador tiró del chaleco y le tiró un botón, tal vez por la sensación quemante; aunque de acuerdo al doctor Bash, pudieron haber sido movimientos reflejos. El capitán pasó entonces a otro de los soldados y le señaló con el sable el lugar del corazón… pero el fusil se trabó, y así sucedió con otro más. Sólo el tercero, disparado por el joven soldado de dieciocho años, Aureliano Blanquet (según sus testimonios)[6], funcionó, y la vida de Maximiliano terminó.

El doctor Calvillo confirmó la muerte y observando que Maximiliano había quedado con los ojos abiertos, se los cerró, contando después en su informe que debido a la presión de sus dedos, había salido de ellos una lágrima.
 
Llegaron los ataúdes y los cuerpos fueron puestos en ellos, pero Maximiliano, debido a su alta estatura, no cupo en el suyo, sobresaliéndole los pies. No hubo más remedio que llevarlo así y al verlo, algunas personas del pueblo (sobre todo mujeres) se conmovieron y lloraron. Su destino, por el momento, era el Convento de las Capuchinas, donde se realizaría el embalsamamiento por parte del gobierno, al igual que el de Tomás Mejía, en la Iglesia de San Antonio. El cuerpo de Miramón, por su parte, sería tratado y embalsamado a cuenta de su familia en la casa conocida como “de la Zacatecana”, donde vivía la señora Cobos, amiga de Concha Lombardo de Miramón.

El archiduque y sus dos principales habían sido juzgados de acuerdo a la ley, y cumplida su sentencia se daba fin al Segundo Imperio Mexicano.





[1]Maximiliano de Habsburgo, Auf einem Berge will sterben (traducción de Wolfang Ratz).

[2]SANCHEZ NAVARRO Y PEON, Carlos, Miramón, el caudillo conservador, página 286, Editorial Jus. México, 1945.
[3]Calendario histórico de Maximiliano de 1869, página 30, Imprenta de Juan Neponucemo del Valle. Editores González y cía, 1869.
[4] RAMÍREZ ÁLVAREZ, Guadalupe, Leyendas de Querétaro, (página 150), Editorial Noamaxey, 1967.
[5]“El pelotón de fusilamiento, ¿quién dio el tiro de gracia a Maximiliano?” (página 30). Documento de la Biblioteca digital Alfonsina, no. 1020003864
[6]Ibid, página 31

2 comentarios:

  1. Es curioso, el de la "suerte" fue Miramón. Aunque sospecho que ahí hubo un acuerdo previo que el bendito de Max les echó por tierra. Me explico: eran tres pelotones y el más certero era el del medio; osea, el destinado al emperador. Si Max no hubiera cambiado de lugar con Miramón, hubiera muerto como él: al momento y con toda precisión. Pero no fue así y tampoco lo sabía, claro. Si Max se hubiera quedado al centro, su muerte hubiera sido, por decirlo de algún modo, perfectamente "quirúrgica". Pero tuvo que sufrir, al igual que Mejía, de la impericia del pelotón que se ensañaron con ellos. Dos o tres "tiros de gracia", cual cual fueron ambos casos, es una tortura. Me impresiona la idea de que, finalmente, los liberales quisieron hacer sufrir hasta el final a los compatriotas traidores de una manera asaz encarnizada. La cruel venganza era en contra de Mejía y de Miramón, no en contra de Maximiliano. Me encanta que me lo hayas hecho ver con tan diáfana y meridiana claridad.

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