miércoles, 29 de mayo de 2019

DOS EPISODIOS ZACATECANOS...

Por: Dhyana Angélica Rodríguez Vargas./

¿DE QUIÉN ERAN LAS TRENZAS RUBIAS?
Petra Pascuala abrió el cajón descubriendo esas trenzas rubias que atesoraba su abuela. Ésta, paciente, volvió a contarle de la primera vez que vio al abuelo: Un jovencito temblando de miedo sobre una tarima improvisada de madera donde iban a fusilar a muchos que, como él, se habían quedado desobedeciendo al general Bazaine, lo cual los convertía en parias: ni franceses ni mexicanos. Ahora, después de haber servido a la división de Miguel Miramón en la fallida toma de Zacatecas, Mariano Escobedo los había alcanzado en los alrededores de la Hacienda de San Jacinto, logrando capturar a varios... Sus compañeros cantaban "La Marsellesa" para darse ánimos, pero él y unos cuantos tendrían un destino diferente..

Para evitar la excesiva carnicería, y considerando que cerca del lugar había varias solteras, dieron a algunos una última oportunidad salvarse: Con los ojos vendados los hicieron subir a la tarima no para fusilarlos -no todavía- sino para que fueran seleccionados por las mujeres. Quien era elegido, se salvaba de aquel trágico destino y se casaba con su salvadora, adoptando un nombre distinto y convirtiéndose en mexicano. 

La entonces joven abuela se adelantó y dijo: "¡Yo quiero a ése, el de las trencitas!".  Bajaron a su futuro marido -al que cortaron de tajo las trenzas- y firmaron el acta un 2 de febrero de 1867. Había asimismo un sacerdote que les dio la bendición. El joven siempre agradeció a su salvadora, quien ahora, ya anciana, acariciaba esos cabellos guardados en el cajón, contando la historia a su nieta...

Vivían cerca de una hacienda zacatecana, donde uno de los tíos de Petra Pascuala fungía como administrador. Pasó el tiempo y la niña que preguntaba por el pasado guardado en el cajón creció, anunciando a los catorce años que quería casarse con Antonio Sifuentes, que apenas había cumplido los dieciséis. Ambos eran muy jóvenes, pero las familias no tuvieron otro remedio más que autorizar la boda, pues de no ser así, la novia sería "raptada", como era costumbre en esos tiempos. No obstante, a un año de casados, tocaría a los nuevos esposos vivir -como había tocado a los abuelos- un movimiento armado, donde su ciudad sería de nuevo protagonista..


¡Sólo una cobija!

Con la Revolución en marcha, Antonio Sifuentes temió que lo llamaran los federales para que se uniera a las filas de Victoriano Huerta, con quien no simpatizaba, así que cambió su apellido por Alvarado, para ganar tiempo. Sin embargo, lo seguían buscando, así que decidió unirse a las fuerzas de Villa. Para entonces, a pesar de que el tío de su esposa a veces les prestaba la llave de la bodega de la hacienda para proveerse de víveres, sufrían privaciones. La guerra no era fácil... 

Fue cuando un 23 de junio de 1914 Villa decidió tomar Zacatecas, advirtiendo a sus hombres que no "cometieran tropelías", especialmente que no robaran -más que lo que necesitaran- y que no "violaran muchachas", pues decía: "Si quieren una muchacha, no sean así y cásense con ella, como hago yo" (por eso Villa tenía muchas esposas). No obstante, la toma de la ciudad fue violenta... Antonio, al ver el creciente desorden, recordó las órdenes de su general: "¡Tomen sólo lo que necesiten!", pero no le hicieron caso...

"Robaban y abusaban también de las inocentes muchachas...", contó muchos años después a sus nietos. "Yo sólo tomé una cobija, que era lo que necesitaba, y se la llevé a su abuela...". 



Petra y Antonio continuaron sufriendo privaciones y decidieron irse a la Ciudad de México. En el camino, Petra, se volvió soldadera y en lo que terminaba la revolución, alimentaba a los soldados -ahora, a los del sur- con tortillas hechas a mano y frijoles, vigilando a su vez a los dos pequeños hijos que ya habían nacido.. Tuvo diez (la que esto escribe es descendiente de la séptima), pero esa, ya es otra historia..

"TÚ ADELÁNTATE HERMANO.."

Por: Dhyana A. Rodríguez/.

Después de haber tomado fugazmente Zacatecas sin haber cumplido su objetivo -que era capturar a Juárez- los hermanos Joaquín y Miguel Miramón abandonaron la ciudad rumbo a Querétaro, junto con la parte de su ejército imperial. No esperaban que el general Mariano Escobedo los persiguiera y diera alcance el primero de febrero de 1867 en las inmediaciones de la Hacienda de San Jacinto, ya casi llegando a Aguascalientes. 

Escobedo los rodeó por tres flancos, por lo que era muy difícil enfrentarlo. Fue entonces cuando Miguel Miramón, menor que su hermano en edad pero con el puesto de general en jefe de la división, ordenó la retirada. Joaquín se dio cuenta que esto no sucedería sin complicaciones y aunque delante de Miguel hizo como si fuera a seguir sus órdenes, se escabulló por uno de los flancos en dirección a la retaguardia, lugar desde donde defendió las tropas con el objetivo de ganar tiempo para el avance de su hermano, a fin de que no le pudieran dar alcance. Cuando consideró que había logrado esto, descuidó la defensa y fue herido en un tobillo, resultando capturado junto con varios prisioneros, de los cuales, aproximadamente la tercera parte eran franceses. Éstos, habiendo desobedecido las órdenes del general Bazaine -que había anunciado su regreso a Europa- se habían quedado a formar parte del ejército de Maximiliano, siendo considerados por los republicanos como filibusteros sin patria, pues habían renunciado a la suya sin haber adquirido la nueva de una manera válida.

Mariano Escobedo tenía que tomar una decisión ante quienes habían quebrantado la ley -y continuaban haciendo la guerra-; y la tomó: fusilar tanto al general Joaquín Miramón como a 107 extranjeros, perdonando a los mexicanos, aunque, en la práctica, indultó también a algunos franceses (originalmente los sentenciados eran 139) casándolos con mujeres del lugar para que se volvieran mexicanos. 

De diez en diez iban subiendo a la tarima los jóvenes soldados para recibir el castigo en tanto que los que estaban ya en espera se daban ánimos evocando "La Marsellesa". Joaquín, por su parte, no tenía fuerzas para poder escapar de su destino, pero agradecía en su interior que su hermano se hubiera salvado.

Mientras tanto, Miguel Miramón, habiendo llegado a un paraje fuera del alcance de los republicanos con el resto de la tropa que había logrado escapar, comenzó a buscar preocupado a Joaquín sin poder encontrarlo. No obstante, no pensó que en caso de haberlo hecho prisionero, pudieran fusilarlo, ya que él también tenía prisioneros republicanos, y estaba dispuesto a "canjearlos" por la vida de su hermano. Sin embargo, las noticias fueron muy distintas.. 

Cuando Miguel se enteró de lo sucedido, de acuerdo a los testigos, lo invadió una mezcla de tristeza y cólera, e hizo una proclama donde anunciaba que a partir de ese momento la lucha con los republicanos "sería a muerte" pues le habían arrojado al rostro un guante imposible de ignorar (*en aquellos tiempos, se acostumbraba retar a un contrincante a duelo dándole una bofetada con un guante). 

Las noticias también habían llegado por telegrama hasta Maximiliano y Mejía. El archiduque envió un mensaje de condolencias a Miramón y encargó a Mejía que acompañara a éste con su escolta para su regreso, haciéndose cargo de los prisioneros, pues temía que en el camino, bajo un ánimo exacerbado, Miramón pudiera fusilarlos en respuesta a su duelo. 

Para el 8 de febrero, Miramón y Mejía llegaron a Querétaro y enterándose el primero de los temores del emperador, los desmintió diciendo que jamás hubiese hecho eso por venganza; pues además de que obedecía las reglas de sus superiores (algo que él mismo había padecido cuando como superior de Márquez, éste no lo había obedecido), el "duelo a muerte" sería en batalla. 

Ya no tendría mucha oportunidad de demostrarlo, pues amén de algunas escaramuzas, más que batallas, los republicanos decidieron ponerle Sitio a la Ciudad. Lo que sí sucedió fue que algunos conocidos de Miramón en el bando republicano quisieron negociar con él, negándose siempre éste, aunque estuvieran a punto de perder. 


CARLOTA Y MAXIMILIANO LLEGAN A VERACRUZ...

Por: Dhyana A. Rodríguez/.
Estas imágenes son dibujos idealizados de la llegada de Maximiliano y Carlota a Veracruz un 28 de mayo de 1864. El puerto en realidad estaba casi vacío, pues como llegaron antes de lo esperado (debido al viento favorable y una buena navegación), no había quienes los recibieran y los preparativos estaban a medias. Algunos autores han considerado también que la bienvenida fue muy fría debido a que Veracruz había sido el último bastión juarista durante la guerra de Reforma, si bien influía que también arribaron en las horas de mayor calor, cuando la gente se refugiaba en sus casas, amén de una alerta por fiebre amarilla. Agustín Rivera escribió que Carlota lloró ante la situación. Maximiliano trató de consolarla diciéndole que probablemente era porque aún no los conocían.
Esperaron algunas horas para desembarcar y después se dirigieron al Ayuntamiento guiados por el prefecto, que para entonces ya había llegado. Como llovía. Maximiliano, cubrió con su paraguas tanto a Carlota, que iba a su lado, como al prefecto, pero éste, abrumado ante el hecho de que hubiesen llegado antes y no estuviera listo el recibimiento, se sintió mal, estuvo a punto de desvanecerse, y el futuro emperador alcanzó a sostenerlo antes de que cayera al piso, lo cual hizo que se apenara más.
De cualquier forma, improvisando la situación, se dijeron algunos discursos y se prepararon para viajar en ferrocarril hacia Córdoba. Sólo era un trayecto, pues no estaba aún completa la ruta, así que bajaron y siguieron en un carruaje, al que se le quebró poco después la rueda. Siguieron a pie entre el lodo y la noche, pues no había modo de hospedarse o acampar por ahí. De nuevo, los organizadores del trayecto, se morían de la pena. Maximiliano lo tomó con humor y les platicó que que en su viaje a Brasil, había sido más difícil cruzar la selva.

Fue entonces cuando, como salvadores, llegaron un grupo de indígenas con antorchas para iluminar el camino y los guiaron a la ciudad, donde llegaron de madrugada y encontraron que los esperaban desde la tarde anterior. Maximiliano y Carlota pidieron disculpas por el retraso, refiriendo el accidente en el carruaje, lo que hizo buena impresión, pues por lo general las autoridades no se disculpaban ante circunstanciales retrasos.
Al día siguiente se dio una pequeña fiesta de bienvenida y después partieron hacia Puebla, pasando por Cholula, donde subieron la pirámide y pasaron el cumpleaños de la emperatriz (7 de junio). Ya en Puebla y en la Ciudad de México -donde arribaron un 12 de junio- se organizarían recibimientos más fastuosos..

FUENTES: 
Varios autores... De Miramar a México. Imprenta de J. Bernardo Aburto, 1864. Orizaba, México. Facsimilar en el Fondo Alfonsino de la UANL. 
RIVERA, Agustín. Anales de la Reforma y el Segundo Imperio. UNAM, 1994.

miércoles, 15 de mayo de 2019

RENDICIÓN DE MAXIMILIANO



/Dhyana A. Rodríguez/.
Al ser tomado por los republicanos el Convento de la Cruz, Maximiliano se reunió con parte de su ejército en el Cerro de las Campanas. Ahí se encontró con Mejía y decía ya sólo esperarían a Miramón para intentar el plan original que era marchar hacia la sierra. No obstante, Miramón no aparecía (no sabían que había sido herido en la ciudad y se encontraba en la casa del médico, en calidad de prisionero). Los republicanos comenzaron a rodear el cerro, así que el archiduque le  preguntó a Mejía en tres ocasiones si era posible intentar salir. Mejía, mirando por el catalejo las tres veces le contestó que era imposible, pero que si así lo deseaba, lo intentarían, pues no le importaba arriesgar la vida. En ese momento Maximiliano aceptó la rendición e izaron una bandera blanca (improvisándola con una sábana), bajando poco a poco del cerro. 

De la parte republicana, los generales Corona y Echegaray también avanzaron hacia ellos. Maximiliano se quitó el gabán que traía, mostrando su traje de general con sus insignias (para identificarse). Echegaray llegó hasta él y le dijo de forma muy cortés, quitándose el sombrero: "Vuestra Majestad... es mi prisionero".
Maximiliano correspondió el saludo y le dijo "Ya no soy emperador, dejé mi abdicación con Lacunza" (en caso de caer prisionero, Maximiliano había pedido a Lacunza y a Márquez que publicaran su abdicación). Quiso entonces entregar su espada a Corona, quien le dijo que podía conservarla por el momento, hasta que se encontraran con Escobedo.
Ya amanecía pero aún así hacía frío en donde se encontraban, y entonces Corona hizo la observación:
"Maximiliano, está usted temblando".
"Sí, pero no de lo que usted piensa", contestó Maximiliano.
Llegó Escobedo y Maximiliano entregó -ahora sí- su espada, la cual Escobedo entregó a un ayudante diciendo: "Esta espada es del pueblo de México".


Mejía, por su parte, también entregó su espada, pero al hacerlo, cortó la hoja, la tiró al suelo, y guardó la empuñadura (señal de que se rendía, pero no estaba de acuerdo con ello). Todos respetaron, no obstante, el gesto (*en la película "Aquellos Años" es representada esta escena, pero con Miramón).

Escobedo intercambió algunas palabras con Maximiliano y encargó al general Vicente Riva Palacio que lo llevara de nuevo al Convento de la Cruz (el cual ahora fungiría como prisión). Riva Palacio se caracterizaba por ser todo un caballero, y durante el trayecto, trató a Maximiliano con mucho respeto, permitiendo que volviera a montar a su caballo "Anteburro" (que había llegado hasta el cerro siguiendo a su amo). Asimismo, lo condujo por fuera de la ciudad, para que no fuera blanco de burlas o curiosidad por parte de la tropa.

En el camino, Maximiliano preguntó a Riva Palacio qué destino le esperaba. Éste al principio rehuyó la pregunta, pero al insistir Maximiliano en querer saber si lo fusilarían, Vicente no tuvo más remedio que contestarle "Sería un farsante si le dijera que no...". Maximiliano le respondió que en tal caso, deseaba que sólo fuese a él y se perdonara a sus compañeros. Riva Palacio le ofreció, en caso de que hubiera un juicio (como en efecto lo hubo) la ayuda de su padre, el ilustre abogado Mariano Riva Palacio. Llegando al Convento de la Cruz terminó la encomienda y Vicente se despidió de Maximiliano. 

Como éste, momentos antes, hacia las caballerizas del convento había observado que dos soldados peleaban -incluso con tiros de por medio- por su caballo Orispello (*el caballo blanco con el que aparece en algunas pinturas), ofreció a Riva Palacio que por favor aceptara a su caballo "Anteburro", junto con su silla de montar, como un "recuerdo de ese día". Riva Palacio lo aceptó, cuidándolo muy bien desde entonces.

ATOLE DE MAZAPÁN

 Ingredientes: -Litro y medio de leche. -Canela al gusto. -Azúcar mascabado. -Fécula de maíz (puede ser natural o de vainilla (yo lo hice na...